jueves, 1 de marzo de 2018

“Me gusta estar solo, me gusta mi casa, con mi orden, con mis cosas. Necesito la soledad”

Es el todo y el nada. El blanco y el negro. La soledad y la compañía. La sensibilidad y la furia incontrolable. Nelson Vivas es dos personas en una y en esta charla íntima con Enganche abre su corazón y cuenta sus dos lados.

Es la hora de la siesta y el calor se adueña de la tarde en Bernal. Allí sólo se escucha un silencio que hace a las palabras más lentas, más deseadas, más profundas. El orden no es una elección, es un método en la vida de un hombre que, mientras avanza por la escalera, le ordena los felpudos de las puertas a sus vecinos, casi –o no tanto- como sin darse cuenta. Son movimientos que tiene automatizados. Él podría ser un gran asesor de Marie Kondo, la escritora japonesa que hizo de La magia del orden un best seller. Su casa es una invitación al estado perfecto de las cosas. Un elefante blanco y un libro de Buda son los protagonistas excluyentes en la mesa del living de una casa que no parece la de un ex jugador de fútbol. En él gobiernan convicciones precisas y respuestas largas a preguntas cortas. Todo eso en un cuerpo repleto de emociones que lo hacen ser un volcán en constante peligro de erupción. Bienvenidos a la historia de Doctor Jekyll y Mister Hyde. Bienvenidos a la historia de Nelson David Vivas.

¿Cómo es un día de tu vida hoy?
Es una semana atípica en la que las 24 horas soy padre porque mi ex esposa tuvo un viaje. Ahora que no dirijo me levanto 6.30, leo las noticias, enciendo la tele y pongo canales informativos. Estoy tratando de incorporarme en un emprendimiento ajeno al fútbol, un negocio en el que aposté para poder sostener mi economía.

¿Pensás en volver al fútbol?
La verdad es que tengo la filosofía y la creencia de pensar de que no todo es permanente en esta vida. Cuánto tiempo irá a durar, la verdad que no lo sé. El futbol me tira verlo y me tira presenciarlo. Pero hoy tiene un contexto, al menos desde mi punto de vista, que hace que decida alejarme. El hecho de creer que se me hace difícil elegir una opción aquí en el país e irme significa alejarme de mis hijos. Entonces, la elección es salirse un poco.

¿Llegaste a odiarlo con todo lo que genera?
Odiarlo de ninguna manera. El entorno hace que decida alejarme. La hostilidad con la que la gente se manifiesta, la intolerancia frente a resultados negativos, la falta de capacidad de quienes toman decisiones para perseguir un proyecto. La palabra se menciona, pero proyectos no hay. Todo va de un extremo a otro dependiendo del resultado. El juego tuvo una evolución que tenemos que encarrilarnos y hoy hay periodistas, dirigentes, hinchas, incluso entrenadores, que están lejísimos de todo eso.

Entonces, ¿por qué te fuiste de Defensa y Justicia, un club que por lo general deja hacer proyectos a largo plazo?
Muchos de mis amigos me dijeron que yo me apuré en agarrar Defensa. Lo medité, como suelo hacer con cada una de mis decisiones y entendiendo que por Defensa habían pasado Almirón, Cocca, Holan, Beccacece, sentía un halago asociar nuestra conducción con esa idea. Pero me encontré con cosas que no me gustaron. El hecho que desborda el vaso fue la forma en la que el hijo del presidente vino a cuestionarme la inclusión de un jugador.

¿Para el método Vivas eso es inquebrantable?
Es una línea que después de cruzarla es imposible de recomponer. Me parece que cada uno tiene su rol y no se puede invadir el del otro. Puedo aceptar que en un momento determinado y de una manera apropiada charlemos de fútbol. Pero el momento fue recién terminado el partido, después de una derrota y la forma fue increpar. Por ejemplo, en mis dos años en Estudiantes, con Verón como presidente, esa línea jamás se cruzó.

¿Qué es el fútbol para Nelson Vivas?
El fútbol es de 11 contra 11 pero de superioridad numérica, de posicionamiento. La improvisación sigue siendo funcional al juego, pero en un porcentaje cada vez menor. Las cosas pasan porque se establecen de alguna manera para que pasen. Se puede segmentar el juego en sus momentos para que los jugadores lo identifiquen. Creo que la forma en la que los alemanes vienen trabajando es un modelo a seguir. Nosotros derrochamos capacidades de nuestros futbolistas. Y el Messi que tenemos ya se está haciendo grande. Quizá es la última oportunidad de disfrutarlo en un Mundial. En cuatro años cambiamos tres veces de técnico, eligiendo características distintas, no solo en la idea, sino también en las metodologías. El fútbol es tan lindo que por ahí nos permite ganar, pero no hay que obviar que la formas de prepararse deben ser otras.

Hablas mucho del método. Agustín Pichot nos contaba que Los All Blacks, aún en el éxito, fueron a Alemania y dijeron que necesitaban un plan nuevo para seguir siendo los mejores. ¿Por qué crees que en la Argentina no se puede con tanta materia prima? ¿Por nuestra mentalidad?

Para graficarlo con el abecedario. Ellos están más cerca de la Z y nosotros más cerca de la A. Nos vamos a equivocar mucho más tiempo. Ellos están caminando y nosotros seguimos gateando. Tiene que ver con nuestra idiosincrasia, con nuestro egoísmo, con nuestra ignorancia, con nuestra corrupción. Detrás del argentino hay una ceguera que tiene que ver con lo errático del transcurrir de nuestras vidas. Nuestro universo es sistémico, todo tiene que ver con todo. Mientras mejor te vaya a vos, mejor me va a ir a mí.

Guardiola dice que siente profunda envidia cuando está en el vestuario por dirigir y no puede entrar en el espacio de los jugadores. ¿Dejaste rápido al jugador que supiste ser?
Pasé por distintos momentos. Me costaba ver a la Selección apenas dejé de jugar. Me costó ir a la cancha. Hoy me siento entrenador. Es cierto, como dice Pep, que en el vestuario hay una distancia que existe entre el jugador y el entrenador que genera como una comezón que uno no quisiera tener. A veces es más amplia y a veces es menos distante, dependiendo de las decisiones. Lo que el jugador siempre más valora es tu forma de ser, la forma en la que te comportás y la consistencia entre lo que decís y lo que hacés. Si el jugador tuviera la cabeza que tiene un entrenador mientras juega, potenciaría mucho más sus capacidades.

El técnico temperamental que sos, ¿Cómo se llevaría con el Vivas jugador?
Soy una persona tranquila, pero existe un momento en el que hay una tecla que me desborda y las pocas veces que me pasó se hicieron públicas. El pelearme con el hincha, el romperme la camisa, mis peleas con Rivaldo son un poco las cosas que quedan de mí. Soy eso y no lo soy. Un poco por como fui criado. Mi mamá era obsesivamente ordenada. Limpiaba sobre lo limpio. Mi viejo era un tipo muy trabajador, durante casi toda mi infancia se iba a las 5 de la mañana y llegaba a las 11 de la noche. Trabajaba 16 horas por día. Era muy calentón. Como no estaba nunca, cuando llegaba a casa estaba todo cerrado y si había pedido una lata de tomates y la lata no estaba, prepárate porque se armaba. Crecí creyendo que, si algo no funciona, hay que calentarse. Me educaron así, consumí eso y así me fui formando.

También aflora un Vivas sensible en tu forma de expresarte…
Claro. En el tiempo fui identificando que eso que me parecía normal no estaba bien, entonces todo lo bueno de mi viejo lo incorporé y lo malo empecé a aprender que era un ejemplo que me había brindado para no seguirlo.

¿Cómo los ves a tus hijos?
Me gustaría que mis hijos, sobre todo los dos más grandes, que ya están más independientes, valoren a los padres. Mis hijos entran en una vorágine en la que se acuerdan del padre a la hora que necesitan algo. Dentro de su búsqueda, de sus estudios, de sus amistades, nos van relegando. Ojalá pudieran darse cuenta pronto. Después te das cuenta. Más allá de las necesidades, hay que generar un vínculo más estrecho con los padres y con mayor presencia.

¿Te cuestan esos encuentros?
Me gustaría que fluyan de ellos. Tampoco voy a decirles e imponerles un día para comer y charlar de la vida porque no tiene sentido. Quiero que se den cuenta. Hay un amigo de mi hijo que nunca tuvo al papá y le dice a los demás “disfruten de sus padres, llámenlos”. El que lo tiene no le da valor. Tengo el orgullo de que la más chiquita tiene nueve años y no la reté jamás. Jugando le digo: “Este año no te reté, pero vamos a buscar un motivo para hacerlo”.

Y vos, ¿cómo fue esa relación que tuviste con tus padres?
Me fui joven de casa. Mis padres siempre estuvieron radicados en San Nicolás. Siento que tenemos una hermosa familia, pero siempre desde la distancia. Y la verdad que un poco el hecho de haber crecido de esa manera hace que esté acostumbrado a que el tiempo con ellos sea de visita. A mí me gusta estar solo. Me gusta mi casa, en mi lugar, con mi orden. ¿Juntarnos?, sí. Pero también necesito estar solo. En enero estuve en San Nicolás dos semanas conmigo. Corté el pasto, pasé el barrefondo en la pileta, estuve con el tractor. Laburaba como un mono (risas).

Nelson habla de las razones del corazón. No descuida el factor humano. Su voz se entrecorta al nombrar a Reynaldo, su papá. Es que su padre disputa una batalla que pareciera no ganar. Ni los más inteligentes, ni lo más valientes: el Alzheimer.
“Es una enfermedad que hoy me toca padecerla. Aún en la distancia, mi padre es mi padre. Lo bueno que rescato de esta enfermedad es que no se da cuenta de lo que le está pasando. Tiene ratos de conciencia, pero enseguida se olvida de todo. Me gustaría volver el tiempo atrás para disfrutar de una charla de fútbol y tenerlo de otra manera. La otra vez dirigiendo Estudiantes, nos reímos con mi mamá (Elba) de cosas que hace. Por ejemplo, yo detrás de la línea de cal, estaba dirigiendo y le dijo a mi vieja porque no me ponían”, comenta, no sin que se le vuelvan a llenar los ojos de lágrimas. Es que es imposible que no se acuerde esa última vez que pudo vivir un momento deportivo con su padre consciente. Fue el 15 de octubre de 2006. Reynaldo cumplía años, era el día de la madre y Estudiantes escribió una de esas páginas que los hinchas no se olvidan nunca: el 7 a 0 a Gimnasia. Un resultado que el Alzheimer borró de la memoria de Reynaldo.

¿Cómo es el Nelson viviendo con Nelson?
Aprendí a ser mucho más tolerante con las formas del otro. Acá convivo con mis hijos. Entendí que viven a su forma, que es completamente distinta a la mía. Lo acepto, pero cuando estoy solo, está todo en su lugar, con su orden, de otra manera.

Podríamos decir que sos como Doctor Jekyll y Mister Hyde. ¿Encontramos a dos Nelson dentro del mismo?
Lo leí, lo leí. Soy eso, soy el tipo pensante y sensible. Pero también soy el calentón, intempestivo que en algún momento aparece. La comparación con la novela calza justo.

Lo del orden y lo de tu TOC ya conocido, ¿cuándo empezó?
Cuando leí sobre estos trastornos, al principio lo tomaba como algo normal. Luego me interioricé en el tema, me di cuenta que es un trastorno. Para algunas personas son mucho más graves. Los tengo. Igual no reniego de ellos. Tampoco es algo que me haga mal y tampoco es algo al límite. Por ejemplo, ahora estamos acá charlando y desordenamos un poco la casa para hacer la nota y yo no estoy incómodo. De ninguna manera. Ahora, una vez que termina necesito que todo vuelva a su lugar. Puedo ir a la casa de alguien con todo revuelto y no me afecta. En el vestuario tampoco me pasa. Es en mi casa y con cualquiera de mis cosas. Puede ser desde mi heladera, mi auto, mi caja de pesca, mi cajón de ropa interior, mi cocina. Lo mío siempre tiene que estar ordenado.

¿Qué le dirías a una persona que lee esta nota y tiene los mismos trastornos que vos?
Por un lado, que es difícil de suavizarlo. Es un trastorno, pero lo que aconsejaría es que aprenda a convivir entendiendo la forma de ser del otro. Muchas veces, que sea un rasgo de tu personalidad, es lo que te genera o te calma la ansiedad. Ver algo ordenado para el que necesita el orden es estar tranquilo. Pero entendí que se puede convivir respetando la forma de ser del otro.

¿Qué te dijeron tus hijos el día del partido con Boca en el que te arrancaste la camisa?
Nahuel, mi hijo más grande me mandaba los memes por WhatsApp y se reía. Luana me contó que el lugar donde salió con sus amigos, los chicos la sacaban a bailar desprendiéndose la camisa diciendo que era su viejo. Y Mía, la más chica, se fue al baño del colegio a llorar porque las nenas le contaban lo que había hecho.

¿Cómo se le habla al grupo después de eso?
Inmediatamente, en el entretiempo, hablé con los jugadores. Post partido también. No sé si lo soluciona, pero al menos, creo que como en cualquier relación, y uno en un plantel conduce treinta personas, siempre lo genuino es lo que se valora. Dije lo que me había pasado, como me sentía, y bueno, si después recompone o no, el tiempo lo determina.

¿Pudiste descansar esa noche?
Si. Después del partido, en la conferencia, pedí disculpas por lo acontecido. El momento en el que sucede el exabrupto es liberar la presión que tengo dentro, es mi cable a tierra. Y post episodio, ya desconecté. En el hecho descomprimo, pero no me genera un remordimiento la acción.

¿Hoy qué te genera la adrenalina que te daba el fútbol?
Es difícil encontrarlo. El fútbol te da cosas y mientras lo jugué me dio todo eso. Dirigiendo encontré sensaciones parecidas, pero sin comparar lo que se siente como jugador. Transcurrí mi vida buscando la felicidad y queriendo sentirme pleno de disfrutar el ahora. A veces me gustaría rebobinar varios aspectos de mi vida. Creo que podría haber disfrutado un poco más, ser un poco más flexible. En todo el secundario, me llevé una sola materia, quizás de haber sido menos responsable habría disfrutado más, como lo veía en mis amigos. En el fútbol me pasó lo mismo. Cuando decidí que quería esto como mi profesión. Quería jugar en Primera, en un club grande, después en la Selección, luego un Mundial, más tarde dirigir… Muchas veces fui detrás de la zanahoria y ahora veo que la felicidad está dentro de uno y es el trayecto de todos los días lo que me dará bienestar, no el destino. Busco estar atento, estar consciente, identificar mi estado de ánimo para ir a gestionar el pensamiento que lo genera y cuando lográs hacerlo hay una líbido de inmediato que te reconforta de una manera increíble.

¿Qué leés?
Leo sobre Buda. También hago yoga, aunque ahora lo tengo un poco abandonado. Te diría que soy cristiano por mis padres. Pero de alguna manera empatizo más con Buda que con lo que me han impuesto.

¿Qué te dice Buda?
Podemos mencionar el óctuple noble sendero, que habla del recto pensar, recta forma de decir, de sentir, porque eso nos genera el karma que de alguna manera nos va a hacer reencarnar para subsanar. Recto forma de vida, recta tensión, recta concentración, recta meditación. La verdad que me parece que el pensar y el hablar bien, el sentir mejor y poder generar un modo de vida sin joder a nadie. Hay un fragmento de un libro de Ramiro Calle, un tipo que leo y es un alma espiritual, que dice: “Niños durante un corto período de tiempo, jóvenes elaborados después, el hombre transcurre el errático curso de su vida y como un actor se pierde detrás del olvido”. Que valga este texto no como un mensaje drástico sino como una enseñanza para identificar cada momento vital y vivirlo en armonía. En general muchos logran sentirse bien cuando pisan al otro.

¿Es posible hablar de estos temas frente a los futbolistas? ¿Qué te comentan?
Sí. Tengo una muy buena relación con muchos de mis ex jugadores. Un poco, como suele suceder, el maestro llega cuando el alumno está preparado. Y no por ponerme en lugar del maestro, porque el maestro puede ser una idea, una frase que leíste, un mensaje de un amigo. Ellos valoran mucho lo que yo les decía porque con el paso del tiempo uno reflexiona. Mi mensaje no tiene que ver con la intención de reclutar a nadie, sino el de transmitir una idea que entendí después de los cuarenta y pico de años y me hace vivir mejor.

¿Se puede mostrar sensibilidad en el fútbol?
¿Por qué no se puede mostrar sensibilidad? Lo que pasa es que muchas veces se prejuzga y se opina de la gente sin conocerla. También aprendí que soy lo que soy para mí y lo que importa es eso. No lo que opinen. Al menos aquel que no me conoce en profundidad.

¿Qué te reprochás?
(Interrumpe) Mis calenturas. Ha sido un rasgo de mi personalidad que siempre estuvieron presentes.

Con temperamentos tan parecidos, ¿nunca chocaron con el Cholo (Simeone)?
En ese sentido, como ayudante, siempre fui un buen acompañante. Diciendo las cosas que me parecían en el momento que se me brindaba la oportunidad, que de hecho fue casi siempre, pero nunca discutimos. Lo que nos separó con el Cholo fue una decisión mía, porque él cuando se va al Catania me dijo para ir y yo elegí quedarme. Prioricé a mi hija, en aquel momento también.

Es increíble cómo se te iluminan los ojos cuando hablas de tu familia y no así del fútbol.
Con el fútbol, muchos no saben, me pasaron cosas raras. La primera vez que yo entré a una cancha de fútbol fue a la de Boca, tenía trece años y venía a Buenos Aires con el colegio. La segunda vez que entré a una cancha fue a jugar profesionalmente. Fue en Quilmes, contra el Newell’s de Bielsa. Llegué a Buenos Aires casi a los veintiún años. Había hecho inferiores en Somisa (club de San Nicolás). Un día le digo a mi viejo: “Gordo yo sigo estudiando, profesional no voy a ser”. A los diez días me llaman de Quilmes y me dicen que estaba contratado, porque si me decían que era una prueba no venía. Al final resultó ser una prueba de una semana en el Sindicato de Empleados de Comercio, pero ¿adónde me iba a ir? Liberado del compromiso de tener que rendir bien jugué bárbaro. Me contrataron y ahí me hice profesional. Después de tres años en Quilmes me compra Boca y de ahí a la Selección.

¿Estás conforme con tu carrera como futbolista?
Pienso que si hubiera vivido el resto de mi carrera como los tres años en Quilmes hubiera sido un jugador más importante. El haber tomado conciencia de dónde estaba y qué era lo que podía pasar si no rendía me quitó posibilidades. Mis tres años en Quilmes fueron inconscientes. Yo jugué porque jugaba ahí. Y a través de mi consciencia me limité.

¿Qué te pasa con el insulto?
Es algo que no logro digerir. Me parece tan falto de argumentos que me indigna y me hiere de una manera que no tolero. Que venga uno que no entiende absolutamente nada a insultarme me parece inconcebible. Y me indigna, me hiere, me enoja. Con el psicólogo lo trabajé. Te da herramientas para que vos abras una puerta que no ves. Y hay veces que te da la justa y aparece la solución. Pero no lo he logrado. Por ejemplo, me pasó yendo a Quilmes, mientras jugaba en mi última etapa. Cruzo una calle y asomé la camioneta un poco más de lo que debía. Pasó uno y me puteó. Me bajé de la camioneta y lo corrí hasta el otro semáforo. Y justo pasó uno y me dijo: “Nelson, son las ocho de la mañana y ya te estás peleando”. El insulto es la tecla que me hace saltar.

¿Quién es Nelson Vivas?
La verdad es que me siento una persona frontal, sin pelos en la lengua. Este año que pasó fue de varios alejamientos porque fui sincero con un montón de gente que consideré tóxicos. Y muchas veces ser frontal, te va dejando solo. Pero es preferible estar con quien uno está a gusto. Me siento una persona en la búsqueda de la armonía. Sincero, buen amigo, generoso. Pero cuando algo me hincha las pelotas, te lo digo.

Se apaga el grabador. Llega el turno de las fotos. Se ríe y abre el libro de Buda, pero no para leer una frase, sino para mostrar las cinco fotos familiares que guarda en el. Abre la puerta de su casa. Y espera a que todo termine. Porque él, por dentro, necesita volver a su orden.

Javier Lanza - Marcos marinni Rivera
Cortesía: Pagina 12

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